No necesitaba una maleta demasiado grande para su viaje, una Canon, un par de converse, su tabla de skate, su reproductor de música y la ropa puesta componían su equipaje. Años atrás decidió que no iba a quedarse en esa mierda de ciudad, se juró a sí misma que escaparía, costara lo que costara, del lugar que le atravesaba el costado con sus innumerables recuerdos bastardos, recuerdos que no quería que volvieran a inundar su mente por más años.
Con el currículum de "licenciado en medicina" bajo el brazo salió en el primer vuelo dirección Londres. Habían pasado más de 2 años desde la última vez que estuvo allí, pero por alguna extraña razón sintió que debería volver, conocía cada rincón de la ciudad, sabía muy bien donde dirigirse en cuanto el avión aterrizara y así lo hizo.
Al llegar a la ciudad cogió el metro en la dirección que marcaba su mapa, no muy lejos de la estación. Mientras caminaba hacia su destino oyó un sonido, su tono de llamada. Había decidido no llevar el teléfono movil por esa misma razón, no quería que nadie la buscara, ni ahora ni nunca, porque si no fue querida durante los 24 años de su vida tampoco lo sería ahora. Rebuscó entre su mochila, sacó un objeto, lo tiró en la primera papelera que vió y sonrió. Esa era la sensación que buscaba, indiferencia. Ya no le importaba nada, no importaba lo que la gente pensara de ella, no importara donde estuviese, sabría que después de ese viaje no sería la misma sino alguien mejor, no una fracasada ni una imbécil, no. Ahora era una persona que luchaba por conseguir su felicidad, que tenía metas y destinos, que nunca más se aferraría a los muros de su pasado porque había dejado los malos momentos atrás por y para siempre.
Desde una cabina roja insertó unas cuantas monedas y marcó un número, cuando apareció la señal alguien respondió:
- ¿Si?
- Soy yo, estoy en casa.